En víspera del 27 aniversario de la revolución de abril me sorprendió el eco del grito, de la exclamación, que cual repique de campanas lleno el espacio inmenso de las treintas cuadras de la ciudad amurallada que por sus calles estrechas y sus muros gruesos se convirtió en la zona constitucionalista:
!Yankee, go home!
En ese ayer, las paredes vestidas de agujeros de bala mostraban orondas, impregnadas en su cuerpo de cemento la frase que representaba el honor y la dignidad de una nación herida.
Palabras al viento que fueron pignoradas por una placida y tranquila vida burguesa.
Bastantes años para contar otra historia, divorciada de los hechos, para rehacer la revolución sobre el papel y enterrar la verdadera.
Inventar una versión acomodaticia, donde los verdaderos protagonistas fueron ignorados y donde los meritos y hazañas, vinieron a pertenecer a muchos que nunca participaron realmente en el fragor del combate y apenas visitaron la zona de soslayo.
Demasiados años de leyendas y cuentos para cual piedra filosofal transmutar la historia de sangre y sudor de simples y sencillos hombres de carne y hueso que con su desprecio por la vida y su desafió a la muerte, con el gesto de resistir salvaron la dignidad de todo un pueblo, sacrificando mucho de ellos la vida en el ejemplo.
Abril-septiembre 65, cuan rápida giro la rueda del porvenir: la batalla del Puente, la toma de la fortaleza Ozama, el desembarco de 42,000 marines, la creación de los Comandos, la academia Militar 24 de Abril, la Operación Limpieza en la Zona Norte, el asalto al Palacio Nacional, el fallido intento de llevar la guerra a San Francisco de Macorís, el ataque descomunal de los norteamericanos el 15 y 16 de junio, las negociaciones y el fin de la ilusión: la vuelta a la realidad y junto a ella, el regreso del gran e inesperado beneficiario de la contienda quien desde un frió exilio vino a ocupar el solio presidencial.
A 27 años de lejanía, volví a oír el grito, pero ahora, carente de toda la agresividad que daba el coraje, ahora parecía tener trasfondo musical y melódico. Ya el grito no pertenecía al arsenal de la guerra psicológica, ya no representaba el honor de un pueblo.
El grito del presente es una frase indigna, una limosna, una vergüenza: es el lamento de un país roto y atomizado que no cree en si mismo, donde la cultura del naufragio se ha establecido haciendo que toda opción que no sea individual, parezca filantropía.
El grito que se oye ahora es el plañido que se repite en el yolerismo del este, en el aspirante a polizonte, en los saltibamquis playeros, en la bailarinas hacia Europa, en el profesional sin trabajo y en el pluriempleado y en todos los que solo ven su destino allende los mares.
Ahora el grito es recitado por una nación desesperada
que newyorkinizo sus aspiraciones y trata de olvidar su historia.
Ahora el grito dice:
!Yankee, go home!,
but please, take me with you.
Pd: Este articulo, salvo unos ligeros cambios lo escribí para el Periódico Hoy, en 1992. Ahora son 42 años, en vez de los 27 de entonces, pero parecería que el articulo aun tiene la misma vigencia.
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