jueves, 12 de abril de 2007

Dulcinea y Sanson Carrasco



Las sandeces de hoy, hablaran de Dulcinea, personaje del monólogo octavo del libro Criaturas del aire que continuamos desmenuzando.

Distinguida doncella creada por la imaginación de Alonso Quijano, hidalgo de flaca apariencia, con medio siglo de vida, lector ávido de libros de caballerías, quien hastiado de tener tanto ocio, pues por su condición de noble rural, no trabaja e intoxicado por tanta lectura caballeresca, no administra su hacienda, decide de repente llenar su vida vacía, convirtiéndose en caballero y vistiéndose con una oxidada armadura familiar, asume el nombre inmortal de: Don Quijote de la Mancha

De inmediato, se monta en un rocín que ya vivió su mejor época, y al bautizarlo con el nombre de Rocinante, lo convierte en unos de los caballos más famosos de la historia, junto a Bucéfalo de Alejandro Magno y a Babieca del Mio Cid.
Así armado y montado, El Caballero de la Triste Figura, se lanza en busca de aventuras y como es necesario y exigen los libros de caballería que trata de emular, de inmediato en la persona real de una campesina de nombre Aldonza Lorenzo, vecina del lugar, crea a la imaginaria y distinguida dama Dulcinea del Toboso, para actuando por el amor de ella, cumplir su misión de caballero errante, es decir dedicarse a combatir la injusticia y la maldad en el mundo .

A partir de la segunda salida del Quijote, le acompañara el no menos famoso y fiel escudero Sancho Panza, complemento que sellara la magistralidad de Miguel de Cervantes : dos personajes diametralmente opuestos pero irremediablemente unidos, tanto física como espiritualmente, que podríamos decir que simbolizan toda la filosofía occidental: la lucha incesante del idealismo contra el realismo.

La obra es un fiel retrato de la sociedad feudal española de principios del siglo 17, con todas sus clases sociales y sus personajes, distinguiéndose: aristócratas, hidalgos, mercaderes, curas, campesinos, soldados, estudiantes, vagabundos, criminales, doncellas, labradores y prostitutas. Es una descripción completa de la vida de una potencia en declive, pues ya España había vivido su siglo de oro, bajo los reinados de Carlos V y Felipe II y luego del desastre de la Armada Invencible en 1588, había empezado la perdida acelerada de su hegemonía militar y política, mientras se anquilosaba en un mundo feudal que la llevarían a la cola de las potencias imperialistas europeas de la época.

De la misma, escrita como parodia y burla a los libros de caballería, no abundare mucho, pues se podrían escribir miles de libros interpretando al Quijote, solo diré, que es una verdadera lastima que alguien no la haya leído.
Los capítulos mas conocidos, son sin duda, los que componen la primera parte del libro, publicado en 1605 y de la segunda parte, publicado en 1615, el inicio donde Sancho busca a Dulcinea y casi al final, el capitulo donde el Quijote es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna (Sansón Carrasco) y quien una vez caído en el suelo, le pide la muerte, porque ha sido derrotado, pero da voto de fe de no renunciar a sus ideales. Esa derrota, trae al Quijote de vuelta a la realidad, pero le trae la muerte, lo cual es coherente con el personaje: no podría sobrevivir al final del mundo creado por su visión idealista.
Revisando el Internet para estas sandeces tuve la buena suerte de encontrarme con este fabuloso website, donde, puedes escuchar todos los capitulos del Quijote de la Mancha y este otro website, que esta dedicado por completo a la obra.

Una vez, realizado estos comentarios, veamos que nos dice el personaje por boca de de Fernando Savater en el monólogo octavo, haciendo clara referencia al inicio de la segunda parte del Quijote cuando Sancho Panza se adelanta a Toboso en busca de Dulcinea.
Habla Dulcinea Criatruras al aire
"No vayan a creer vuesas mercedes que soy una moza lánguida y amiga de embelecos sin bulto, de los que no se palpan ni se sienten pero hacen llorar. Arredro vayan de mi vera los pálpitos inexplicables, los suspiritos de malcasada o los vapores y calorinas de monja: no soy doncella, eso ya lo saben y bien que lo aprovechan todos los mozos del Toboso y hasta más de uno de Argamasilla.
Nadie da serenatas a la ventana de mi casa, que no se abre sobre jardín palaciego sino sobre la era, porque soy fácil de localizar en el pajar o en cierto rincón que yo me sé y otros muchos también lo saben de la arboleda por donde pasa el viejo camino sur.
Además, los desmayos mal se avienen con mi conformación natural, que es más bien garrida y propia para realizar trabajos como de hombre, no para alferecías y palideces de señora principal. Vean mis brazos, más fuertes y renegridos que los de mis propios hermanos; en cuanto a la voz, desde lo alto del campanario de la iglesia me hago escuchar de mi padre cuando está segando, miren por esto vuesas mercedes si soy yo niña bonica o moza muy hecha y derecha. Ya se ve que no soy fina ni hermosa, pero tampoco contrahecha ni de tal modo desfigurada que no pueda un hombre sencillo solazarse en mi compañía y hasta solazarse mucho, porque es sabido que, cuando las ganas de por abajo aprietan, el aliento a ajos parece fragancia de ámbar y no hay en la algalia perfume tan adecuado al trajín carnal como el honrado sudor.
Digo todo esto para que bien se sepa que nada tengo que ver con las Melibeas o Melisendas de los libros mentiroso, donde cada zagala resulta ser ignorada princesa y todas las labradoras son hermosas como vidrieras de catedral, puras como losas de sepulcro e ilustradas como un bachiller de Alcalá.
Ni soy ni quiero ser más que Aldonza Lorenzo, hija de un modesto labrador del Toboso, moza trabajadora y útil en la casa y en el campo, a la que no hace falta requebrar demasiado galanamente para conseguir que atienda las súplicas amorosas, ni prometer lo que no se ha de cumplir para que acceda a las caricias, ni hay que robar por la fuerza lo que ella concede de muy buen grado.

Ahora entenderán mejor vuesas mercedes lo que he de contarles, un sucedido picante sobre cuya gracia poca o mucha vuestra generosa disposición sabrá juzgar. Pues fue que me hallaba yo ahechando trigo en casa de mi padre cuando se me presentó un compañero del pueblo vecino al que tenía vagamente visto de antes, un tal Sancho Panza, labrador de su estado y hombre sencillo y cumplido.
Venía con la más extraña encomienda que imaginarse pueda: por lo que me explicó el buen hombre con muchos circunloquios y abundantes refranes, no todos bien traídos a cuento, se trataba de cierto hidalgo que había dado en creerse caballero andante y que me había elegido a mi como dama de sus pensamientos, llamándome en su desvarío con el poco cristiano nombre de Dulcinea, que más bien parece gracia moruna o rótulo de planta medicinal.
A tal señor yo no le había visto en mi vida, ni según parece él tampoco había topado nunca conmigo, aunque no por ello estaba menos rendidamente enamorado de mis desconocidos encantos. La cosa parecía, como puede verse, burla y aun algo pesada, tanto más cuanto que el dicho caballero no parecía incluir entre sus planes inmediatos proponerme honesto matrimonio, cosa que yo, desde luego, no hubiera tenido prisa alguna en aceptar.
Por lo que Sancho decía, mi enamorado esperaba a las afueras del pueblo que yo le diese venia para besarme los pies. Repuse muy gentilmente que la hija de mi madre no era princesa ni arzobispo para que nadie hubiera de besarle los pies, ni tampoco tan boba para no saber que no es bueno mezclar lo que Dios ha separado ni una aldeana puede creer en amor de hidalgo cuando no ha mediado ni una palabra entre ambos ni siquiera una mirada o el más mínimo gesto de natural acercamiento.
Insistió Sancho Panza con las mejores razones y modos del mundo, para vencer mis recelos más que justificados; le repuse yo de nuevo a mi modo, creo que no sin picardía y propiedad. De lo uno pasamos a lo otro y él me fue contanto sus muchas peripecias como escudero del hidalgo, las más de las cuales habían acabado con perjuicio de sus costillas; también me habló de su amo y de tal modo que, aunque decía seguir a su lado por el interés de no sé qué ínsula que se le había prometido, más bien pienso que no le abandonaba por puro cariño, pues lo retrataba como si fuera un santo, aunque algo falto de seso, como quizá lo sean todos los demasiado altos de espíritu.
Y seguimos hablando; y hablando, porque él se encontraba bien conmigo y a mí me gustaba su honradez y franqueza.

Ya se irán imaginando vuesas mercedes cómo acabó la cosa. Poco a poco pasamos a hablar más de nosotros y menos del esforzado caballero andante que me esperaba sin conocerme. Ya he dicho que no soy esquiva y Sancho, aunque casado y leal por naturaleza, tampoco estaba en vena de hacer remilgos a la ocasión que se le ofrecía. Jugamos largo rato, con gran contento por ambas partes. Cuando acabamos, él volvió a acordarse de su amo y del encargo que traía; yo, que me sentía generosa y con ganas de seguir enredada en la misma madeja que acababa de ceñirme, le dije que podía traer a su caballero si queria, pues estaba dispuesta a darle a él también el mismo regalo con que había obsequiado al escudero.
Pero Sancho no quiso ni oír hablar de ello: hasta me dijo algo secamente que bien se veía que yo no entendía nada de caballerías y que no iban las cosas del mismo modo con el escudero que con el propio caballero andante. No entendí bien sus razones, pero pienso que quizá tuviese algo de vergüenza por haber traicionado la confianza de su señor o a lo mejor celos de compartir con él mis caricias. Lo cierto es que se fue con mucha prisa, dispuesto a contar a su amo que no me había encontrado o cualquier otro embuste parecido; y al marcharse me llamó Dulcinea, como si no supiera de sobras que no soy sino Aldonza Lorenzo."

y si les gusto, estas palabras de Dulcinea, a continuación les dejo con otra obra de Fernando Savater intitulada Malos y malditos donde el autor nos hace un análisis de Sansón Carrasco, que merece ser parte de las sandeces de hoy. Veamos que nos dice Savater:

"Normalmente consideramos "malo" a quien tiene mala idea, mala intención. Es decir, el que hace daño a otro a propósito. Pero, ¿y los que fastidian al prójimo con la mejor intención del mundo, los que le hacen daño "por su bien"? Estos malos a fuerza de ser buenos pueden resultar en ocasiones los peores de todos. Hay tipos convencidos de que saben lo que conviene a los otros mejor que ellos mismos.

Como aquel boy-scout que dedicó enormes esfuerzos durante toda una mañana para ayudar a cruzar la calle a un ciego... que no quería cruzar. Tales protectores de gente que no pide protección nos dicen lo que tenemos que comer, lo que tenemos que beber, si debemos fumar o no, cómo debemos vestir y hasta lo que tenemos que pensar.
Si se limitaran a informarnos de lo que según ellos es mejor para nosotros, hasta podríamos agradecérselo y todo. A fin de cuentas, un consejo dado con buena intención nunca hace daño... especialmente si uno no lo sigue.

Pero lo malo es que están dispuestos a "obligarnos" a que les hagamos caso. Eso si, siempre por nuestro bien.
Sansón Carrasco es uno de estos "malos" llenos de buena intención. Se considera a sí mismo como el mejor amigo de don Alonso Quijano, al cual le ha dado la rara chaladura de creer que es un caballero andante llamado don Quijote. Como Sansón Carrasco es un bachiller, una persona con estudios moderna y tolerante, está convencido de que comprende muy bien al bueno de Alonso Quijano y sus fantasías heroicas. Incluso siente cierta simpatía por el ideal de la caballería andante: ir por el mundo ayudando a los débiles, arreglando injusticias y salvando a las princesas que han tenido la mala suerte de ser raptadas por algún malvado brujo.
Claro que a Sansón Carrasco todos estos proyectos tan bonitos le parecen cosas del pasado o ilusiones que nada tienen que ver con la realidad.

Además, Alonso Quijano no es un fuerte guerrero capaz de luchar contra dragones sino un señor bastante mayor y no muy cachas, al que cualquiera puede tumbar sin esfuerzo. Todo el mundo se ríe de su aspecto estrafalario y de lo chungo que es el viejo caballo que monta. Ya no hay brujos, piensa Sansón Carrasco, ni princesas, ni... bueno, injusticias todavía hay, eso no se puede negar, pero si no sabe arreglarlas la policía seguro que tampoco las enmienda ningún caballero
andante. De modo que Sansón Carrasco decide "ayudar" a don Quijote y "curarle" de su locura. ¡Ay, madre mía!

La verdad es que el bachiller Sansón Carrasco, que cree saberlo todo "científicamente", no entiende nada de nada. Puede que don Quijote esté chiflado, pero su chifladura se parece a la de los artistas, los poetas o los santos. Es una chifladura que hace pensar a los sensatos y que sirve de ejemplo. Cuando se lanzó a recorrer el mundo a lomos de un humilde rocín y empuñando su lanza, don Quijote envió un mensaje a todas las personas de buena voluntad:
dice que cada hombre debe luchar por lo que considera justo y ayudar a quienes ve en peligro aunque todo el mundo se ría de él y aunque se lleve una buena zurra de vez en cuando.
Alonso Quijano tiene un cuerpo delgaducho y no muy fuerte, con más años que músculos; pero su alma es joven, valiente y generosa como la de los héroes antiguos.

El alma de Alonso Quijano se llama don Quijote. Y lo que cuenta de verdad es la fuerza del alma, no la del cuerpo: a don Quijote le derriban muchas veces de su caballo, pero nadie logra descabalgarle nunca de sus ideales. Lo que necesita de verdad don Quijote no son médicos que le curen sino compañeros que le imiten.
En cierto modo, el bachiller Sansón Carrasco es un imitador de don Quijote: se disfraza dos veces de caballero andante, la primera como Caballero de los Espejos y la segunda como Caballero de la Blanca Luna. Pero su propósito no es luchar contra magos y otros malandrines, sino vencer a don Quijote para así convencerle de que debe volver a casa. El bachiller quiere "meter en razón" a don Quijote, sin darse cuenta de que para "meterle en razón" tiene que sacarle de su poesía. Y tampoco advierte que de este modo va a convertirse involuntariamente en su asesino. Don Quijote, vencido pero no convencido por Sansón Carrasco, vuelve a su casa y a llamarse otra vez Alonso Quijano para morir pocos días después. Es que ha perdido su alma quijotesca y sin alma no se puede vivir."

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